Dicen que la
luna tiene amores con un calé, que no hay santo sin su octava y hasta que, ante
la ley, todos somos iguales.
Lo de la luna
y los santos son cantos de mirla en celo en las amanecidas primaverales, pero
lo de la justicia es tan falso como eso de que, en los sistemas democráticos,
gobierna el pueblo.
Y, sin
embargo, podría ser verdad si a los que tienen, que son los que mandan, se les
obligara a aceptar lo que, desde luego nunca aceptarían.
La justicia no
es ahora igual para todos porque, aunque todos los justiciados se someten a las
mismas leyes, no todos comparecen ante el juez en igualdad de condiciones.
Si uno que no
tiene pleitea contra el que tiene (un hipotecado que quiere que el banco le
anule la cláusula suelo) tiene todas las de perder.
El quejoso no
podrá contar para que lo represente ante el juez más que con algún abogado de
oficio o con minuta reducida.
El banco, sin
embargo, dispondrá de un equipo numeroso de abogados que retrasarán años la
fecha de la vista para que el litigante llegue a la conclusión de que es mejor
el mal acuerdo que le proponen que una sentencia que podría serle desfavorable.
Es evidente
que los códigos de justicia son iguales para todos los justiciados, pero no lo es que todos lleguen ante el juez tras
haber empleado los mismos recursos para presentar sus causas.
Nada más
sencillo que solucionar esa injusticia: dictar por ley que la parte que
contrate asistencia jurídica más cara pague también los fondos que permitan a
la parte contraria contar con un una asistencia semejante.
Solución que
nunca llegará a aplicarse porque a los que tienen el dinero y el poder, que son
los que mandan en todas partes, no les conviene ser iguales que los que los
obedecen y de los que viven.
Y en todos los
sistemas (capitalismo, comunismo, satrapías, dictaduras, anarquía, tribal o
democráticos (porque los electores eligen a gente que desconocen) los que
gobiernan tienen el dinero y el poder político.
No hay comentarios:
Publicar un comentario