Espanta, como los
castellanos antiguos decían del sentimiento que ahora llamamos admirarse, el
furor dialéctico con que el ciento uno por ciento de los españoles discute, más
que hablan, de política.
Ojalá se enzarzaran en debates de más sustancia como
podría ser si, al atravesar un cuerpo un agujero negro, no lo notaría siquiera
o quedaría reducido a la nada.
¿Por qué
entonces, se discute tanto de política y tan poco de ciencia?
1.- Porque de
política todos saben lo mismo, por lo que vale tanto decir una tontería como la
contraria.
2.-Porque todo
experimento de una teoría política es válido hasta que se demuestre lo
contrario y, para su fracaso, hay siempre motivos circunstanciales que lo exculpen
y expliquen, lo que permite sostener que, en condiciones diferentes, habría
sido un éxito.
3-Porque,
aunque se enseñe en las facultades universitarias a conseguirlo, cada triunfo en
política es único y alcanzado sin manual, ya que las condiciones que propiciaron
uno no se repiten en los otros.
4.-Porque la
política es una pasión, generalmente irracional como el amor o el odio, y no una
ciencia. Al discutir de política y al votar, al ciudadano lo condiciona más la
aversión al contrario que la simpatía al que defiende y vota.
Que la política
sea pasión irracional y no frió ejercicio de cálculo sobre las ventajas e
inconvenientes de que gobierne un partido determinado explica el éxito de partidos
extremitas como Podemos, comunismo, nacional socialismo o fascismo.
Son esas utopías
envueltas en posibilismo tentaciones volcánicas irresistibles para sociedades
que, como los cónyuges de una unión desgastada por la rutina, se entregan a la vorágine de un amor
prohibido.
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