A esta juerga de
mortorio que es España desde que a algún listo se le ocurrió llamar democracia
a lo que sucedió a la dictadura le pasa lo mismo que al que vive donde no deja
de llover: cree que mojarse es lo natural y que salga el sol una anomalía.
Por eso, que el
que más manda quite y ponga al que manda menos, en lugar de que sea el que
menos mande el que ponga al que mande más, es lo habitual en ésta democracia a
la española que, de hecho, es una democracia al revés.
Lo del
encargado del partido socialista obrero español en Madrid ha sido, como diría
un redicho para expresar que sirve de ejemplo, paradigmático.
Se supone que
al ciudadano Tomás Gómez lo había elevado a la dignidad de secretario general
del partido socialista obrero español en Madrid el apoyo expreso de los militantes
del partido, que delegaron en su persona la facultad de representarlo y que
solo podía ser privado del cargo por los mismos que se lo encomendaron y
mediante un procedimiento igual, pero inverso.
Demasiado
embrollo para lo que puede hacerse de un plumazo: el que el jefe de Tomás Gómez,
secretario general de todos los socialistas españoles (y por lo tanto, también
de Madrid), Pedro Sánchez, estampó con la rúbrica simbólica de su anuncio: Tomás
Gómez deja de ser lo que era y pasa a ser lo que era antes de ser lo que hasta
hoy ha sido.
--No me lo
puedo creer. ¿Que lo echó? ¿Sin más? ¿Sin consultar siquiera a los que lo habían
nombrado?
--Así es,
porque así ha sido.
--Pero qué
barbaridad. Eso es volver a los tiempos pasados, llamados también pretéritos o
tiempos terremotos, en los que un tío, solo por haber ganado una guerra, nombraba
y quitaba gobernadores civiles.
--Pues sí, como
cuando el Emperador de Roma nombraba procónsul de las Galias a alguien que le
caía bien o tetrarca de Perea y Galilea a Herodes Antipas.
--Pero
Gabilondo, al que Pedro Sanchez ha nombrado para el puesto que tenía Tomás Gómez
no es Herodes Antipas.
--Tiempo al
tiempo. Si lo dejan, lo será.
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