Dicen las
lenguas bífidas que Angel Gabilondo puso como condición para aceptar ser
candidato del PSOE en Madrid no tener que enfrentarse en primarias al
defenestrado Tomás Gómez.
Demuestra el
futuro perdedor de las elecciones madrileñas que, como persona formal, no le
gusta el innecesario paripé electoral, que sólo sirve para humillar al
perdedor.
No podía
esperarse otra actitud en un hombre de sólida cimentación moral que, como conocedor
de las sagradas escrituras, aplica la advertencia del Eclesiastés: “Vanidad de
vanidades, todo es vanidad”.
En los
fundamentos éticos del fraile Gabilondo la hipocresía electoral no puede tener
cabida: la obediencia debida al superior es la norma de conducta obligada y sólo Pedro Sánchez, como jefe de los socialistas,
puede mandar lo que el Partido Socialista debe hacer.
En teoría, la
operación Gabilondo del Partido Socialista, fundamentada en los tradicionales principios
de la escalonada obediencia jerárquica, debería culminar con una Comunidad de
Madrid felizmente socialista, tras los veinte años de desgobierno popular.
Pero en una situación
políticamente tan fluida por culpa de la veleidad del populacho votante todo
puede ocurrir y, aunque es altamente improbable, el Partido Popular podría
seguir gobernando en Madrid.
Pero, aunque
eso ocurriera, no será responsabilidad del candidato Gabilondo sino del sistema,
porque Pedro Sánchez debería haberlo nombrado directamente Presidente de la
Comunidad de Madrid.
Y ahorrar a
los madrileños la engorrosa tontería de las elecciones.
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