Como la gente de
todas las tierras, los andaluces marcan un
día del año para autoafirmarse en su identidad diferencial de las de sus
vecinos: es el 28 de Febrero, día de Andalucía.
Como los de cualquier
otro territorio, los andaluces son la síntesis de gentes y pueblos más o menos vecinos,
que se asentaron temporalmente en Andalucía como escala en su permanente peregrinaje.
Los habitantes de
Andalucía evolucionan permanentemente y la impronta más reciente en su carácter,
la que marcaron sus últimos invasores, evolucionará cuando una oleada posterior
deje sus genes, sus costumbres y sus frustraciones.
Es un cambio
pausadamente gradual en la manera de ser de las gentes que parece tan inmutable
como su orografía, su clima o su vegetación.
La benignidad del
clima, la fertilidad del suelo y la prodigalidad del subsuelo fijaban
indefinidamente en Andalucía a los inmigrantes, hasta que otros más menesterosos
y aguerridos los reemplazaran.
Solo los que
aspiraban a ser nuevos andaluces demostraron capacidad bélica para lograrlo.
Nunca, en los tres mil años de historia documentada de Andalucía, sus habitantes
ofrecieron al invasor una resistencia tan determinante que hiciera fracasar la
invasión.
Los mestizos de
esas invasiones superpuestas son los que el 28 de febrero echan discursos, se
visten de limpio y se admiran al sentirse andaluces: distintos de los otros
porque son la consecuencia de lo que todos los otros fueron.
Y como antes, como
desde hace más de tres mil años, los andaluces se quejan de los que los mandan,
con la misma boca con la que les sonríen.
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