Que los más
listos del mundo se encierren en cónclave deliberativo para que, antes de las nueve de la mañana del 22 de
marzo, aclaren las angustias de los andaluces, tan inclinados al reconcomio existencial
y a las trivialidades de los celos, la muerte y la pasión.
Tiene que ser
antes de las nueve de la mañana de ese fatídico día porque, a ese hora, las urnas
abrirán sus voraces ranuras para engullir los votos en los que los andaluces trazarán
su futuro para los siguientes cuatro años.
Es decir, que
seguramente se pondrán de acuerdo en que más vale que sigan gobernando los
socialistas que, por mucho que los acusen de que se quedan con todo lo que
pueden, reparten el botín con quienes no se metan con ellos.
Eso
seguramente será lo que pase porque eso es, además, lo que las encuestas predicen
y, como es normal, las elecciones se limitarán a confirmar lo que pronostiquen
las encuestas.
Como
fatalmente concluyó el andaluz Lorca, el resultado de la reyerta electoral del
22 de marzo está escrito: morirán cuatro romanos y cinco cartagineses o, lo que
es lo mismo, ganará el PSOE y, al que le ayude, lo dejará meter mano en la
cazuela.
Como serán
unas elecciones libres en una tierra en la que la libertad impera, los
perdedores podrán quejarse, protestar y extrañarse.
--“Pero, cómo
es posible”-.-dirán—“que siga gobernando un partido en el que sus anteriores
gobernantes están acusados de haber faltado a la ley”.
Esa
contradicción la tiene resuelta la letra del mirabrás de hace dos siglos:
“A mí que me
importa
que un rey me culpe
si el pueblo es grande y me abona
voz del pueblo, voz del cielo”.
que un rey me culpe
si el pueblo es grande y me abona
voz del pueblo, voz del cielo”.
Y es verdad porque, el mismo pueblo en cuyo nombre se
imparte la ley es el que elige a los que la interpretan y aplican.
Ya no tienen que apresurarse los sabios del mundo y, si no
quieren reunirse en ese cónclave deliberativo, que no lo hagan: El
pueblo andaluz soberano para aprobar y aplicar sus leyes, si decide que el
mejor para gobernar es alguien al que malas lenguas envidiosas culpan de
quedarse con lo que no es suyo, punto en boca. Voz del pueblo, voz del cielo.
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