Antiguamente, la
guerra era un recurso para conseguir lo que otro tenía o para defender lo que
otro te quería quitar.
No había
trampa: el que estaba dispuesto a pagar el precio de la derrota, se echaba una
guerra y el que confiaba en ganarla, lo resistía.
Esas
simplicidades que antiguamente regulaban las relaciones humanas han ido evolucionando con el tiempo y se ha llegado
a fórmulas menos radicales de resolver las diferencias entre discrepantes:
1.-Manifestaciones:
Cada uno de los discrepantes junta a todos sus partidarios para que su
contrincante y sus seguidores se acobarden y cedan.
2.-Elecciones:
Los discrepantes, reacios a admitir el resultado de la concentración de partidarios,
se citan a echarse unas Elecciones y reconocer como ganador al que tenga más votos.
(Se admiten protestas por trampas en el recuento, que no anulan el resultado).
3.-Protestas
multitudinarias: Concentración del mayor número posible de individuos para
afear a los jefes de sus adversarios algo que hayan hecho y que no les haya
gustado.
4,.-Campañas de
prensa, radio y televisión: Abundar en todos los espacios de esos medios de
comunicación en denuncias, análisis, críticas y sarcasmos contra actitudes y opiniones expresadas por los jefes de los
adversarios.
Aunque se sepa
de antemano que ninguna de esas fórmulas servirá para nada, se recurrirá a
ellas para justificar que se ha hecho todo lo posible para impedir los
supuestos desmanes del adversario, pero sin cabrearlo.
Por eso, no
tiene fin a la vista lo de los moros que matan a lo que no lo son, lo de los israelíes
que matan palestinos, lo de los palestinos que matan israelíes, lo de los ucranianos
que matan rusos, lo de los rusos que matan ucranianos y lo de los terroristas
que matan a los que se dejen matar.
Es natural
porque matar a los que matan sería colocarse a la misma altura moral de los
asesinos. Mejor protestar y condenarlos (moralmente, por supuesto).
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