Se conoce por
opinión pública ese ruido ambiental que enmascara lo que como a individuos nos
resulta irrelevante porque no condiciona lo que cada uno aprovecha de la
oportunidad de vivir.
No solo es un
beso distinto para los dos que lo comparten ni un suspiro significa lo mismo
para cada uno que lo exhale.
Todas las
sensaciones provocadas por lo inesperado en el ánimo de cada uno son diferentes
de las que despierte en otros.
Todos
reaccionamos de manera distinta ante un estímulo semejante porque todos los
seres humanos somos diferentes.
La llamada
opinión pública no es más que la manipulación interesada de quien quiera aprovecharse de englobar unidades
dispares en un todo.
¿Es el asunto
del que más se hable el que más preocupe al que lo oiga, o el que interesa más
al que lo diga?
¿Le importan esas
liturgias electorales tanto a los electores como a los elegibles?
¿Es cierto que
los crímenes de las guerras actuales son más execrables que los de las guerras
pasadas, o es que de los crímenes antiguos ya no pueden obtenerse beneficios al
condenarlos?
Todo ello, ruido
abstracto de emociones ajenas que, al intentar conmover a la mayoría, a nadie perturban.
Solo lo que
pellizca la intimidad de cada uno se filtra en la esencia individual: el sarcoma
de Ewing en un niño de ocho años al que has visto reír o el primer trino del
gorrión anunciando la primavera.
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