Para desmontar
la falacia de que todos somos iguales, en la que se fundamenta la aberración conocida por
democracia, basta argumentar el hecho de que sin especialización de funciones
hubiera sido imposible el progreso humano.
Si en vez de
uno a la agricultura y el otro a la ganadería, Caín y Abel se hubieran dedicado a lo mismo,
¿cómo se habría inventado el cocido, que requiere legumbres y pringada?
Es la
especialización el procedimiento idóneo para que el esfuerzo coordinado de distintos
especialistas alcance un objetivo común superior a la suma de los resultados de
los logros particulares de cada uno de ellos.
Es el actual
el momento del especialista, el individuo que mediante la selección darwiniana
del más fuerte y capacitado de entre los que se dedican a una misma tarea,
alcanza la excelencia.
Se llega así,
pongamos por caso, a esa anónima empleada que aparentemente se afana en ordenar las
muestras de zapatos en la estantería y que, cuando vas a salir de la tienda con
tu compra en la mano, te abre gentilmente la puerta y te despide con un
sonriente “muchas gracias”.
Su gentil
saludo, con que acaba la engorrosa tarea de comprar una simple babucha, culmina
una minuciosa operación comercial que deja en el comprador la necesidad de
romper cuanto antes lo comprado para repetir la experiencia.
A ese
sibaritismo ha llegado la industria del calzado, que nació cuando un transeúnte
de hace un millón de años se lió los pies en los despojos rígidos del pellejo
del venado que había matado un carroñero.
Y las delicias
a que ha llegado el placer de vivir actual se deben a la especialización
progresiva de las tareas elementales, que los antiguos acometían
instintivamente cuando ni se había inventado el marketing.
Al contrario
que ahora, se perdía poco tiempo en dimes y diretes. Si dos querían algo, un
suponer: chupar los huesos de la carcasa abandonada por un depredador, el que
matara o ahuyentara al otro se quedaba con la carcasa.
Gracias a la
especialización evolutiva, eso ya no es así: imagínense que tres o cuatro muertos
de hambre llegan al mismo tiempo a la carcasa abandonada de un animal llamado
España y todos quieren apurar sus restos y privar de su disfrute a los otros.
¿Se pelean, se
matan entre ellos y que el que quede vivo se come la carroña en disputa?
No señor, se
echan unas elecciones.
Y, como para
todo menester actual, son individuos especializados y concienzudamente
entrenados para una parte específica del mecanismo electoral los que suman sus
talentos para que mande el que estaba de antemano programado para mandar.
Encuestadores,
aduladores, publicistas, modistos, public relations men, financiadores,
mitineros, y deportistas, intelectuales y cómicos (conocidos por agentes
culturales) cimentarán con su apoyo público el prestigio del candidato.
Encuestadores,
críticos mordaces, publicistas, financiadores , revienta mitines, ex parejas
maltratadas y víctimas infantiles de las maldades iniciales del adversario
colaborarán al triunfo, desprestigiando a su oponente.
Por eso, el
mundo actual no es el que era, cuando todos servían para todo y un cristiano lo
mismo convertía a un infiel para encaminarlo al cielo que lo mandaba
directamente al infierno de una certera cuchillada.
La
especialización, que empezó con Caín sembrando lechugas y David descalabrando a
Goliat, ya ha delegado en los encuestadores si abortar es bueno o malo.
¿De qué
especialista dependerá, en el futuro, la licitud de liberar ventosidades que
relajen la opresión intestinal?
No hay comentarios:
Publicar un comentario