La noche de
aquel enero
rodaba desde
la sierra,
aire de
cristal y acero
y una gata
maullaba
el tormento de
sus celos
deambulando
sonámbula
por la acera
de los techos.
Solo la luz de
Sevilla
dormía su
sueño eterno.
Un duermevela
de gasa
tenue, fugaz y
ligero
tiene atrapada
a Susana
al borde del
desespero
porque
quisiera y no puede
diluir su alma
y su cuerpo
en la amable
calma amiga
en que la
acurruque el sueño.
Sabe que su
insomnio acaba
cuando por fin
ponga término
a una duda a
que ella sola
ha de encontrarle
remedio:
“¿Es mejor
seguir tirando
contando con
lo que tengo?
Solo tengo un
aliado,
que es enemigo
encubierto
y, aunque diga
que me apoya,
engorda si yo
enflaquezco.
Al declarado
adversario,
y que es al
que menos temo,
le falta más
de un hervor
para que
amenace en serio
Y a esos que
suben día a día
mejor pararlos
en seco
antes de que
a ellos les compren
lo mismo que
ahora yo vendo”.
Y en la prima
luz del alba
de aquella
noche de enero
noche de
dudas, de insomnios,
de cálculos y
desvelos,
de gatos que
en los tejados
clamaban
buscando sexo,
Susana Diaz,
la ecijana,
por fin se
hundió en feliz sueño:
Adelantaría la
fecha
para un nuevo
parlamento
que alargara
su mandato
hasta el final
de los tiempos.
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