Si a usted se
le ocurriera (Dios no lo quiera) ir a
comprar un refresco de cola, popularizado por la multinacional norteamericana
antecedida por la palabra coca, y al probarlo nota que su sabor se parece pero
no es una coca cola, a usted le han vendido un sucedáneo.
Y eso es la
actual España, un sucedáneo de coca-cola, una coca que lo parece pero no lo es.
España, patria
teórica de todos los españoles, es en
realidad un amorfo conjunto de individuos del que solo una minoría reducida se
declara dispuesta a arriesgar su comodidad para defenderla.
Ese sucedáneo
de Patria que es España tiene un sistema de organización llamado Estado, que se
basa en ceder a las presiones expresas de las partes que quieren disociarse frente
al tácito deseo de los que la prefieren conjuntada.
El estado, que se
gestó para que una parte de los ciudadanos administre los bienes y servicios de
todos, ha evolucionado a un sistema por el que la mayoría dedique sus esfuerzos
a garantizar el bienestar de la minoría de los que administran.
Así el Estado,
al que se le asignó la misión de castigar a los infractores de las normas de
convivencia, cada vez protege más a los que incumplen las leyes que a los que las
respetan.
Como
consecuencia, el Estado vela tanto o más por el bienestar de los que invocando
su libertad delinquen, que por el de los se quejan de que su respeto a las
leyes está mas desprotegido que el de los que las violan.
Esta España, además,
no tiene vuelta atrás si no rectifica la falacia en la que se sustenta: que
todos somos iguales y que, por consiguiente, lo que la mayoría dice que es
verdad es cierto y justo, y lo que la minoría prefiere ni es justo ni es
verdad.
Lo que sería
indiscutible si las sociedades humanas, en vez de formarlas personas fisiológica
e intelectualmente distintas todas unas de otras, agrupara a robots programados
y fabricados siguiendo el mismo esquema, y tan perfectamente ensamblados unos
como otros.
Se está
intentando y en el camino andamos.
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