En los términos
municipales de la sevillana Puebla de los Infantes y de la contigua
Hornachuelos, de la provincia de Córdoba; están enclavados los más solicitados
cotos de caza mayor de Andalucía, como los de El Águila, las Mezquetillas o San
Calixto.
El último lobo
silvestre abatido en La Puebla de los Infantes lo mató en 1955 un vecino de Peñaflor apellidado Benjumea, en el paraje de El
Barranquillo de la finca La Adelfa.
Hace dos años
murió otro cánido con aspecto de lobo. Cuando el pastor que le disparó comprobó
que se trataba de un lobo procedente de una suelta de los criados en cautividad
en uno de los centros ecológicos para que sobrevivan animales en peligro de
extinción, maldijo su equivocación.
Cuando me lo
contó intenté consolarlo: no fue error suyo porque no había matado a un animal
salvaje, sino a uno al que le faltaba el instinto de supervivencia natural, del
que sus fabricantes lo habían privado.
Al lobo de
verdad, sus padres y congéneres lo entrenan para recelar del hombre y de todas
las amenazas de muerte que lo acechan en un ambiente en que, para sobrevivir,
tiene que desarrollar el instinto para evitar el peligro.
En la granja en
que creció, el lobo muerto por el pastor veía en el hombre a alguien que le
proporciona el alimento y las atenciones necesarios para crecer: un amigo y no
un adversario.
En libertad, en
lobo criado en orfanato espera del hombre que lo cuide, no que lo mate y lo persiga.
Como los linces
que nacen y se desarrollan en las espléndidas instalaciones subvencionadas con
fondos públicos, los lobos carecen del instinto para huir del ruido de autos y camiones, con cuya presencia
inofensiva se han familiarizado.
Nadie les ha
enseñado, como hubieran hecho sus padres si hubieran nacido y crecido
silvestres, que es peligroso atravesar cualquier tramo de la intrincada red de carreteras
asfaltadas que abundan en la zona en la que los dejarán libres.
Tan indefensos
sueltan de sus criaderos artificiales a lobos y linces para repoblar espacios
naturales de los que los expulsó el progreso, que no bastan los que producen
esas granjas para cubrir las bajas de su inexperiencia, como animales domésticos
que son, aunque con aspecto de salvajes.
Ese negocio
interesado y absurdo es una empresa descabellada y costosa, que solo beneficia a
los que administran las fortunas dilapidadas.
Si lo que de
verdad se pretende es conservar lobos, águilas, linces y otros bichos amenazados
por el progreso, devuélvase su entorno natural a las condiciones silvestres
anteriores, cuando abundaban tanto que se premiaba a los alimañeros por reducir
su número.
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