Después de meses
de meditación deslumbra la conclusión alcanzada: se habla tan obsesivamente de
política para silenciar las virtudes del egoísmo, fundamento de la felicidad
del individuo.
¿Qué es, si no,
la política? Prometer el bienestar de la mayoría a costa del que ya disfruta
una minoría.
Porque la política
propone para lograr sus fines subvertir la pluralidad del refranero clásico: remplazar
el “ande yo caliente y ríase la gente” por el “mal de muchos, consuelo de
tontos”.
Y, si en esa
manipulación de refranes derivan los encargados de llevarla a cabo, ¿qué refrán
cuadraría a los políticos que gestionan esa política?
El de “el que
parte y reparte se queda con la mejor parte”.
Desenmascarada
esa confabulación contra la humanidad que es la política, apliquemos un antígeno
que la erradique: el egoismo.
Sus ventajas
son evidentes, el que aprenda a ser autosuficiente y a valerse por sí mismo no
necesitará a nadie (persona, partido político, organización religiosa o ONG)
que lo haga.
Así,
sindicatos, partidos, redentores políticos, caudillos militares, organizaciones
sociales que ejercen la caridad con el dinero de otros y demás redentores
interesados, desaparecerán por la ausencia de pretextos en que justificar su habilidad
de sanguijuelas.
El individuo, sin
su estorbo, logrará alcanzar los objetivos que su ambición, su necesidad, su
preparación, su ingenio y su suerte merezcan.
Cada hombre,
mujer, adolescente o clase pasiva alcanzarán el bienestar por el que hayan
luchado, sin enchufes ni interferencias.
Y “a quien Dios
se la dé”—otro sabio refrán—“San Pedro se la bendiga”.
Que cada cual
alcance el bienestar que se gane, sin regalos ajenos ni cortapisas de tunantes.
El que premie su egoismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario