No solo ha muerto
el más influyente ejemplo de mi juventud, sino el último irreductible de una generación
moldeada en el servicio a los demás, que es lo que entendía por la Patria común:
el pueblo diverso fundido por una historia compartida, resultante de sus
momentos de gloria tanto como por sus episodios de miseria.
Mi admirado amigo Antonio
García Chaves, que hoy ha muerto, fue un hombre que, como se hizo a sí mismo,
tenía todo el derecho a rechazar las tentaciones para que acomodara su forma de ser a la de los que coyunturalmente
marcaban la conveniencia de plegarse a su forma de entender la vida.
Fue un ascético
rebelde: como Luzbel se negó a servir a Dios, Antonio Chaves se negó a acomodarse
a una forma de entender la vida en la que no creía.
Perdió la comodidad que se le ofrecía, pero
preservó la congruencia que, si la hubiera sacrificado, habría dejado de ser él
mismo, para ser un Chaves falso.
En ésta sociedad
relativista en la que los derechos tienen más valor que las obligaciones,
Antonio García Chaves fue un desterrado en su Patria, un paria para las castas
que prefieren el rebaño sumiso a la persona rebelde, el grupo amorfo al
individuo diferenciado.
Por su insumisión fue
castigado a la soledad en vida. En el recuerdo, que es lo que su muerte no
puede robarnos, Antonio García Chaves, mi maestro y amigo, sigue siendo ejemplo
de honestidad, bonhomía, congruencia y servicio a los demás en lugar de
servirse de los otros.
El Dios en el que tan
instintivamente creía le ha asignado ya la tarea de maestro, ejemplo de sus
amigos y protector de su familia que tan cumplidamente ejerció en vida.
Dios, deber,
servicio y familia, los motores que impulsaron su vida. Ya descansa en la paz
que tan bien supo ganarse.
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