Si alguien propone
algo que otro no acepta es porque
no comprende su conveniencia ni la
posibilidad de hacer realidad la propuesta.
Un suponer: eso de
las rentas sociales universales que los partidos de izquierda se obstinan en
proponer.
¿Cómo es posible
que a los que dicen que defienden al trabajador, la mayor genialidad que se les
ocurra sea desestimular el trabajo, medio tradicional de ganarse uno la vida?
Hay una
explicación, aunque desacabellada: que políticos de izquierdas y sindicalistas
viven tan bien sin dar un palo al agua que, en un rapto de enajenación
altruista, quieran que todos vivan su vida birlonga
La justicia social
es la obsesión que, junto a la de defender al trabajador, motiva a los partidos
que se reconocen de izquierdas pero, ¿no es injusto que los pocos que trabajan
costeen a los que muchos que no necesiten trabajar para vivir?
Y, ¿por qué los
sindicatos defienden esa renta disuasora del trabajo, si se proclaman abogados
de los trabajadores y no de los que no necesitan trabajar?
Puede que hayan
llegado los sindicalistas a la conclusión de que, agotada su credibilidad como
abogados de los trabajadores, ha llegado el momento de defender a los que no
necesitan trabajar.
Hay una solución:
que los políticos de izquierdas y sus compinches sindicales no cobren ni un
duro del Estado—que representa tanto a los muchos que no trabajan como a los
pocos que lo hacen--y se declaren neutrales en esa lucha social.
Para ello, el
Estado debería defender exclusivamente a los que con sus impuestos pagan la
burocracia estatal y el coste de los servicios que el Estado presta, y que los
sindicatos y los políticos de izquierdas cobren de los perceptores de de las
rentas sociales universales.
¿No sería esa una medida
de justicia social auténtica? Por lo menos, mucho más justa que esta de que los
que paguen más impuestos gocen de los mismos derechos en el disfrute de
servicios que los que no pagan o pagan menos por ellos.
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