En los tiempos
antiguos se tenía por ejemplar al jefe que asumía los errores de sus
subordinados y les atribuía el mérito de sus logros.
En los modernos,
no. Miren, si no, a Manuel Chaves que ante el fiscal del Tribunal Supremo culpó
de los males de su gestión a sus subordinados y él se hizo pasar por tonto por
no enterarse de lo que estaba pasando, aunque cobrara para que no pasara.
Mi mejor amigo
anduvo un tiempo juntándose con gángsteres, políticos y otra gente poco
recomendable. Me cuenta que, en vísperas de unas vacaciones, la plana mayor
socialista hablaba de lo que harían en esos días de descanso.
--Yo—dice que intervino
el ministro de trabajo Manuel Chaves—estoy deseando empezar a leer “La casa
Rusia”, la novela recién publicada de John Le Carré.
Txiki Benegas,
socarrón y dejado fuera de la banda que mandaba en el gobierno, confidenció a
mi amigo: “el más tonto de todos y el que nos sobrevivirá a todos”.
Ante el Supremo, desveló
el misterio de su supervivencia: Consiste en colocar a sus subordinados como
parapeto de las balas del enemigo.
No será una
táctica tan románticamente gallarda como la de los caudillos legendarios que
entraban en combate al frente de sus tropas, pero mucho más eficaz en la
consecución de objetivos.
Porque, ¿qué son
los subordinados en las batallas militares y políticas? Carne de cañón para
recibir la metralla que amenace al caudillo.
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