“Y como los soldados hubieron
crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos, e hicieron cuatro partes y la
túnica; mas la túnica era sin costura, toda tejida desde arriba. Y dijeron
entre ellos: No la partamos, sino echemos suertes sobre ella” (Evangelio de San
Juan).
Es el colofón de la pasión y muerte de Jesús, hijo de un carpintero de Nazaret.
Su resurrección probó que era Dios Hijo, la segunda de las tres personas de la
esencia divina.
La semana santa es la festividad que a más andaluces congrega porque
supera hasta a las elecciones, en las que participaron poco más de cuatro
millones de ellos.
Y, si la parte dolorosa de la semana santa termina con el reparto de los
despojos del crucificado, la de éste año enlaza con el reparto de los despojos
de Andalucía.
En eso consiste la negociación en que los representantes de los partidos
que obtuvieron escaños en el parlamento andaluz están ya enfrascados: un tira y
afloja para obtener el mayor precio, a cambio del respaldo para que Susana Diaz
siga el ininterrumpido saqueo de Andalucía en beneficio de su PSOE.
El chalaneo se presenta complicado: el
partido que preste a los socialistas su respaldo para que gobierne asume también,
implícitamente, la responsabilidad por los escándalos de corrupción de los
gobiernos del PSOE anteriores.
Negar el respaldo a Susana Diaz puede
que sea peor que mancharse con las manchas del PSOE porque significaría
rechazar la ocasión, posiblemente irrepetible, de poder medrar y corromperse en
política.
A cambio de mantenerse inmaculado, el
partido conservaría abiertas sus remotas esperanzas de convertirse, algún día, en
beneficiario principal de la explotación del presupuesto autonómico.
Lo más probable es que más de uno de los
pretendidos por el partido socialista acepte el trágala porque, al fin y al
cabo, más vale pájaro en mano que ciento volando.
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