Esta España
que nunca ha sido nuestra tiene mala suerte: hay que ver la cantidad de
gallegos decididos que hay (no solo los que hicieron las Américas para volver
de ellas ricos), sino los que, como el leonés-gallego Amancio Ortega, erigieron
un imperio comercial desde un taller doméstico de costura.
Pues mire
usted por donde, al frente del destino de España la desgracia puso a dos
gallegos—Santiago Casares Quiroga y Mariano Rajoy—que eran todo menos
decididos.
Casares era
presidente del gobierno de la República que, incapaz de gestionar la rebelión
militar de Franco, dimitió y salió de naja. Después vino lo que vino.
A Mariano
Rajoy le vino el cataclismo de Podemos y compañía y, para frenarlo, no se le ha
ocurrido otra que conservar a Javier Arenas, perejil de todas las ensaladas amargas,
para la ensalada municipal y autonómica que acaba de indigestársele al Partido
Popular.
Así, Arenas es
la ocurrencia de Rajoy para el desaguisado municipal y autonómico: ratificar al
que ya estaba al frente del negociado autonómico y municipal que ha puesto
patas arriba al Partido Popular.
Es decir, que
la fórmula de Rajoy para salir del entuerto es mantenello y no enmendallo. Que,
como Arenas lo ha hecho tan mal, hay que darle la oportunidad de que lo haga
todavía peor.
Y lo hará
hasta que en las elecciones generales pierda el partido popular, con Rajoy y
Arenas, la sólida fortuna que heredó hace cuatro años de Zapatero, que lo perdió
todo por hacer demasiado, y todo mal.
Son las
fluctuaciones radicales de la historia de España: pasa de los Zapatero a los Rajoy,
de los Casares Quiroga a los Franco. De que la gobierne el que no hace nada al
que hace demasiado.
Y los
españoles, siempre impávidos como el Braulio, como Simeón el Estilita,
espectadores desde su columna de un paisaje cada vez más desértico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario