viernes, 19 de junio de 2015

A VERLAS VENIR



Esta España que nunca ha sido nuestra tiene mala suerte: hay que ver la cantidad de gallegos decididos que hay (no solo los que hicieron las Américas para volver de ellas ricos), sino los que, como el leonés-gallego Amancio Ortega, erigieron un imperio comercial desde un taller doméstico de costura.
Pues mire usted por donde, al frente del destino de España la desgracia puso a dos gallegos—Santiago Casares Quiroga y Mariano Rajoy—que eran todo menos decididos.
Casares era presidente del gobierno de la República que, incapaz de gestionar la rebelión militar de Franco, dimitió y salió de naja. Después vino lo que vino.
A Mariano Rajoy le vino el cataclismo de Podemos y compañía y, para frenarlo, no se le ha ocurrido otra que conservar a Javier Arenas, perejil de todas las ensaladas amargas, para la ensalada municipal y autonómica que acaba de indigestársele al Partido Popular.
Así, Arenas es la ocurrencia de Rajoy para el desaguisado municipal y autonómico: ratificar al que ya estaba al frente del negociado autonómico y municipal que ha puesto patas arriba al Partido Popular.
Es decir, que la fórmula de Rajoy para salir del entuerto es mantenello y no enmendallo. Que, como Arenas lo ha hecho tan mal, hay que darle la oportunidad de que lo haga todavía peor.
Y lo hará hasta que en las elecciones generales pierda el partido popular, con Rajoy y Arenas, la sólida fortuna que heredó hace cuatro años de Zapatero, que lo perdió todo  por hacer demasiado, y todo mal.
Son las fluctuaciones radicales de la historia de España: pasa de los Zapatero a los Rajoy, de los Casares Quiroga a los Franco. De que la gobierne el que no hace nada al que hace demasiado.
Y los españoles, siempre impávidos como el Braulio, como Simeón el Estilita, espectadores desde su columna de un paisaje cada vez más desértico.

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