Dia llegará en
que echemos de menos con nostalgia las desenfadadas maneras de los podemitas,
que ahora escandalizan.
¿Por qué?
Porque degenerar es una tendencia natural pasiva, mientras que regenerar
requiere esfuerzo.
Y los españoles
hace ya un par de docenas de siglos que nos esforzamos solo cuando no tenemos más
remedio que hacerlo porque alguien, látigo en mano, nos obligue a hacer lo que
no nos gusta.
Imagínense,
pues, el futuro previsible que nos aguarda si la filosofía que prevalece es la
que Podemos y sus achichincles predican: repartir lo que haya para que los que
tengan menos se igualen a los que tienen más.
El resultado
previsible es que solo los que organicen y gestionen el reparto tendrán más que
los demás.
Nada original,
porque lo han hecho ya redentores que los precedieron: Stalin, Mao, Fidel,
Franco, Enver Hoxha o Hitler.
Y es que eso
de la igualdad es una utopía y, por eso, inalcanzable.
Las utopías,
como la que ahora predica aquí Podemos y que acabará en un calco de lo que ya
han logrado sus antecesores griegos, tienen la virtud de contagiar a los ilusos
y el defecto de que, cuando pasen las virtudes narcotizantes de esa droga alucinógena,
se topen con la realidad que eludieron.
Es como un fumadero
de opio del que, cuando se sale de esa nube protectora en la que la droga te
aisló de lo que te negabas a ver, te deslumbra la realidad de la que intentaste
huir.
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