Esos señoritos
desarrapados a la última y tatuados a la antigua, como los legionarios y los
presos, ya tienen la feligresía inicial de los propensos a dejarse embaucar por
sus promesas.
Para mantener
y ampliar el número de sus catecúmenos tienen que dar el trigo que predican que
repartirán.
Y eso es lo
más complicado porque si difícil es predicar y dar trigo, es imposible hacerlo
dentro de la ley y sin enemistarse con los que tendrán menos para que los que
ahora tienen menos tengan más.
Los
igualitarios de ahora tendrán que seguir el camino de los de siempre: convertir
al Estado neutral, que arbitra las discrepancias de la sociedad, en Estado litigante, que vuelca todo su poder en
favor de una parte de la sociedad y en contra de la otra.
Otra vez más
se atisba una proclamada sociedad sin clases porque, realmente las reduce a
dos: la de los burócratas del partido y del estado y la de los que obedecen a
los burócratas del partido y del estado.
Lo de ahora es
lo de siempre: más Estado, menos Libertad.
Y ganarán los
romanos a los cartagineses porque, al fin y al cabo, libertad, ¿para qué?
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