El jefe de
prensa de un político, por la experiencia del que ha estado 30 años lidiando
con ellos, se dedica a convencer a los periodistas de que su señorito no es tan
garrulo ni tan inútil como parece y demuestra.
La herramienta
principal del jefe de prensa tradicional era la administración liberal del
fondo de reptiles, la pasta que recibía bajo mano el que trataba bien a su
señorito y que no recibía el que lo tratara mal.
Había otro
mecanismo para que el señorito del jefe de prensa cayera simpático al periodista
que rechazaba el soborno monetario: el soborno profesional de ser escogido para
difundir una primicia informativa.
Había
cualidades que se tenían muy en cuenta para escoger jefe de prensa: relación
fácil con le mayor número posible de periodistas, habilidad teatral para que el
cuento que contara resultara creíble y acceso fácil para confirmar o desmentir
una duda profesional del reportero.
Pero el mundo
en que periodistas y jefes de prensa se mueven cambia a un ritmo tan frenético
que hasta las virtudes que ahora precisa el encargado de las relaciones de un
político con la prensa eran antes impensables.
Las fotos lo
demuestran: una jefa de prensa, “comme il faut”, como debe ser, tiene que saber
mear espatarrada y sin mancharse las faldas en plena calle.
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