Atribuir a un grupo
genérico gustos o sensaciones comunes es un recurso dialéctico tramposo: por lo
general sirve para atribuir a todos preferencias o estados de ánimo individuales.
Por ejemplo,
si alguien dice que “los españoles están escandalizados” llega a esa afirmación
mediante un silogismo falso: “estoy escandalizado” (primera premisa), “soy
español” (segunda premisa) “luego los españoles están escandalizados” (conclusión).
Tan engañoso
como si la conclusión la colocamos como primera premisa: “los españoles están
escandalizados”(primera), “yo soy español” (segunda) “luego yo estoy
escandalizado” (conclusión).
Falso debe ser
además porque estoy aburrido de leer y oir que “los españoles están escandalizados”
con las tropelías de los podemitas (genérico del Partido Podemos y sus
achichincles) que yo puedo demostrar con mi pasaporte y mi DNI que soy español,
y estoy más tranquilo que el Braulio y
nada escandalizado.
Me pasa igual
que cuando leo o escucho que “los españoles” (siempre el manoseado genérico)
quieren la democracia. A éste su servidor, la democracia se la trae al pairo,
sea la tal democracia como la entienda el que lo diga o como la imagine el que
lo oye.
¿Qué por qué?
Debe ser por alguna malformación genética que lo lleva a uno a sostener que no
hay dos individuos iguales ni capaces de valorar lo mismo la misma palabra.
Tan distintos
somos que el yo de hoy es distinto del yo de ayer y diferente al yo de mañana
y, si al yo de ayer le parecía que le gustaban las papas fritas, con el mismo
derecho el yo de hoy puede decir que las aborrece.
Así que ya me
dirán: hay siete mil millones y pico de yos en el mundo. Ardua tarea la de ponerlos
a todos de acuerdo, e imposible que alguno no esté discrepando ya, en éste
mismo momento.
Genéricos, los
de la botica.
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