lunes, 29 de junio de 2015

LO DE GRECIA





Hablando en plata, eso del convenio sobre el carbón y su evolución al mercado común, la unión europea o lo que venga es un negocio para que los países exportadores de bienes industriales, tecnológicos o de capital puedan colocar sus excedentes.
Lo del espíritu europeo es una gaita (o un disfraz del negocio para que suene bonito) tan imposible de lograr como el olvido de un agravio.
Con o sin pertenecer a la Union Europea, ¿se puede olvidar Inglaterra de su relación histórica con Alemania, o Alemania de su relación histórica con Inglaterra?
Que se vendan libremente productos franceses en Alemania o alemanes en Francia, no elimina el recelo mutuo alimentado por agresiones del uno contra el otro durante diez siglos.
Y lo de la ampliación a Grecia (1981) o España y Portugal en 1986, ¿borra el comprensible recelo histórico de los portugueses hacia los españoles?.
Todas esas ampliaciones obedecieron a la necesidad de ampliar excedentes de producción a mercados ávidos por comprarlos si se eliminaran las barreras políticas que lo impedían.
Alemania sobre todo, y Francia, los dos motores del llamado proyecto europeo, no podían prever hace 30 años que el muro de Berlin se derrumbaría y abriría al comercio los países centroeuropeos en los que, al contrario de Grecia, España o Portugal, se habían escenificado la historia de Europa.
La geoestrategia, que es una motivación permanente en las decisiones a largo plazo de las naciones, se impuso a la conveniencia comercial, una táctica secundaria.
Por eso, desde que el muro cayó, la atención de la Europa de siempre se volcó hacia la Europa en la que, tradicionalmente, se había ventilado la historia del continente.
Europa puede volver a prescindir de Grecia, pero no de la República Checa,  de España, pero no de Polonia.
La Europa de verdad es la de los pueblos en los que arraigó la revolución que supuso el libre examen, la responsabilidad individual de interpretar los textos, sin que una jerarquía superior lo haga.
Su consecuencia es que el individuo, para salvar su alma o resolver sus problemas ordinarios, debe valerse por sí mismo.
Sin jerarquías eclesiásticas ni gubernamentales que lo hagan.

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