Hablando en
plata, eso del convenio sobre el carbón y su evolución al mercado común, la unión
europea o lo que venga es un negocio para que los países exportadores de bienes
industriales, tecnológicos o de capital puedan colocar sus excedentes.
Lo del
espíritu europeo es una gaita (o un disfraz del negocio para que suene bonito)
tan imposible de lograr como el olvido de un agravio.
Con o sin
pertenecer a la Union Europea, ¿se puede olvidar Inglaterra de su relación histórica
con Alemania, o Alemania de su relación histórica con Inglaterra?
Que se vendan libremente
productos franceses en Alemania o alemanes en Francia, no elimina el recelo
mutuo alimentado por agresiones del uno contra el otro durante diez siglos.
Y lo de la
ampliación a Grecia (1981) o España y Portugal en 1986, ¿borra el comprensible
recelo histórico de los portugueses hacia los españoles?.
Todas esas
ampliaciones obedecieron a la necesidad de ampliar excedentes de producción a
mercados ávidos por comprarlos si se eliminaran las barreras políticas que lo
impedían.
Alemania sobre
todo, y Francia, los dos motores del llamado proyecto europeo, no podían prever
hace 30 años que el muro de Berlin se derrumbaría y abriría al comercio los países
centroeuropeos en los que, al contrario de Grecia, España o Portugal, se habían
escenificado la historia de Europa.
La
geoestrategia, que es una motivación permanente en las decisiones a largo plazo
de las naciones, se impuso a la conveniencia comercial, una táctica secundaria.
Por eso, desde
que el muro cayó, la atención de la Europa de siempre se volcó hacia la Europa
en la que, tradicionalmente, se había ventilado la historia del continente.
Europa puede
volver a prescindir de Grecia, pero no de la República Checa, de España, pero no de Polonia.
La Europa de
verdad es la de los pueblos en los que arraigó la revolución que supuso el
libre examen, la responsabilidad individual de interpretar los textos, sin que
una jerarquía superior lo haga.
Su
consecuencia es que el individuo, para salvar su alma o resolver sus problemas
ordinarios, debe valerse por sí mismo.
Sin jerarquías
eclesiásticas ni gubernamentales que lo hagan.
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