Forjar es
calentar un material ferroso para, a golpes, moldearlo al capricho del
artesano.
Los que
miraban hacia los luceros también se empeñaron en forjar, pero solamente la
historia. Poner al rojo vivo la sociedad de su tiempo para así cambiar su forma
primitiva y deformarla hasta la que habían soñado.
Es una manía
de todos los visionarios, que arrastran en su desvarío a los que hasta entonces
se conformban con vivir la vida como la vida es.
Los
disconformes con el presente y que arriesgan el suyo para configurar el futuro
tienen, al menos, el cuajo de se atreverse.
Lo hicieron
los que quisieron romper cadenas que los sujetaba a una tierra que no era suya
y los que aspiraron a fundirse con las estrellas. Aunque perdieran sus vidas,
ganaron la gloria.
Pero el que borra
los nombres de los que protagonizaron el pasado nada se juega porque
los perjudicados no pueden volver de su tiempo para justificar la conducta por
la que los condenan años después de muertos.
Es la piedra
en la que siempre tropiezan los burros que mandan: Franco reescribió la
historia para justificar su dictadura, Carmena quiere reescribirla cambiando
nombres de calles para que se olviden de Franco.
La historia de
Carmena, ¿quién la reescribirá?
Seguramente
nadie porque lo suyo es la contrahistoria, la infantil historieta de la que se
ocupan las tiras cómicas.
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