Los más
atrevidos se confiesan “liberales” y, si una ráfaga de valentía los obnubilara,
hasta admitirían declararse “conservadores”.
Liberal puede
aplicarse tanto al que tolera que haya relaciones sexuales diferentes a las clásicas
entre hombre y mujer como al que, aun sin compartirlas, admite interpretaciones
éticas o morales no consideradas tradicionales.
Pero en
España, y en lo que tenga que ver con la orientación ideológica de la práctica
política, sigue vigente la nítida separación entre derechas e izquierdas como
modos opuestos de la acción de gobierno.
Pues bien, en
la España real, que es la que difunde la televisión—ágora moderna de
confrontación ideológica—no hay constancia de que alguien se haya declarado de
derechas, mientras que la mayoría de los que hablan se definen abiertamente
como “de izquierdas”.
¿Qué tiene de
bueno la ideología de izquierdas y qué de malo la de derechas para que tantos
alardean de la primera y ninguno se atreva a identificarse con la segunda?
Simplificando
lo que se percibe, parece que los españoles están convencidos de que la
izquierda favorece a los pobres y la derecha a los ricos, que la derecha es
militarista y la izquierda civilista y que, si la izquierda es laica la derecha
es clerical.
El siglo
recién pasado conoció el nacimiento, auge y desenlace de regímenes
representativos de la izquierda, desaparecidos tras su confrontación armada y
posteriormente comercial con los de la derecha.
Inició la
guerra mundial el pacto entre la Alemania nazi y la Rusia comunista (ambas bajo
regímenes de férreo control estatal contra ideologías discrepantes) para ocupar
y repartirse países gobernados hasta entonces con sistemas multipartidarios.
La posterior
alianza de la Rusia invadida por su antiguo aliado nazi duró poco más que la
guerra. Con la paz, se reanudó el conflicto inevitable entre de ideologías
opuestas:
La de Rusia,
como la de la Alemania nazi, se cimentaba en el partido al que le corresponde
estructurar al Estado para que los ciudadanos se integren en una sociedad sin
clases ni discrepancias. Toda iniciativa política, social, económica o política
la monopoliza el partido, que usa al Estado para imponerla y hacerla cumplir.
La inicial
confrontación nazi-comunista y la posterior entre Rusia y sus estados
comunistas contra los Estados Unidos y sus aliados de la posguerra fue una
segunda parte del enfrentamiento original: regímenes sustentados en el
principio de que el partido y el estado orientan al individuo, contra regímenes
en los que el individuo es el fundamento del estado.
En los
regímenes totalitarios nazifascistas o comunistas el estado educa, tutela,
emplea, y alimenta al ciudadano. Desde su nacimiento hasta después de su
muerte, la vida y hasta la memoria de la vida del individuo la marca la
benevolencia del estado.
Si la
supremacía del Estado sobre el individuo determina el carácter de los regímenes
que podrían considerarse de izquierdas, los sistemas en los que el individuo
determina sin intromisión estatal su relación con la sociedad serían
considerados de derechas.
Mayor
intromisión (leyes, impuestos, normas, subsidios, patrocinios estatales) son
definitorios del carácter izquierdista del Estado.
Mayor libertad
de opinión, movimientos, costumbres, contratación e iniciativa empresarial y
menor intromisión estatal en las relaciones entre los ciudadanos definirían su
carácter de derechas.
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