¿Qué delito
que, sin que sea demasiado trabajoso cometerlo y lo suficientemente grave como
para que la justicia se vea obligada a actuar, podría emprender un indolente para
garantizarse la salvación del alma?
El objetivo es
sufrir persecución por la justicia “porque de ellos será el Reino de los Cielos”,
como promete una de las bienaventuranzas.
Mucha
competencia hay últimamente para conseguir plaza. El último aspirante conocido
es Arturo Mas, un ciudadano catalán de
alma cándida al que han citado los jueces porque no están de acuerdo en que
estaba bien algo que hizo con unas cajas por cuya ranura echaba papeletas la gente.
Ir al cielo
después de muerto va a estar tan de moda, por lo menos, como ir a despelotarse a una isla o acudir a un
programa de televisión para contar lo malos que son los que te acusan de no ser
bueno.
El cielo va a
ser como ahora es la televisión: si haces suficientes méritos como para que te
metan en la cárcel, o por lo menos para que te acusen de sobornar, trincar, falsificar
o robar, hasta podrías echar un cigarro con los que en vida sirvieron de
ejemplo.
No podrás dar un
paso en el cielo sin toparte con un Mas, un Rato, un Bárcenas, un Chaves o un
Griñán.
¿Y qué es el
cielo para un ciudadano anónimo? Poderse codear en plano de igualdad con un
famoso.
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