Dos de los más
listos de la Humanidad, Santo Tomás de Aquino y Emmanuel Kant, coinciden en que
no hay normas objetivas para definir lo que es bello: es bello lo que así le
parezca al que lo enjuicie.
Disquisiciones
aparte que pueden llegar hasta apreciar belleza en la fealdad demoníaca, está
claro que el juicio sobre la bondad, la belleza, la elegancia, el buen gusto o
las reglas de comportamiento social son tan variadas como diferentes sean
quienes las enjuicien.
¿Comparten
opinión sobre el robo los que roban y sus víctimas? ¿Mata en legítima defensa
el que se siente víctima del asesinado?
La disputa
política, que no es más que una caricatura azucarada de la lucha por la vida,
entretiene tanto porque cada espectador se identifica hasta estéticamente con
alguno de los contendientes.
¿Y qué es la
política sino la pugna entre dos conceptos antagónicos de la belleza, dos
versiones opuestas de la bondad, entre el ángel que es demonio para unos y el
demonio que es ángel para otros?
¿Por qué era
bella la oronda matrona Angélica de Rubens, si las bellas retratadas tres
siglos antes eran escurridas de carnes, avaras de curvas?
Porque nada
hay tan cambiante como el hombre, que es inmutable en sus fines (comer,
reproducirse y mandar), pero voluble en
la manera de alcanzar lo que se propone.
Cuando la
civilización no lo había pervertido todavía,
el hombre actuaba por instinto y no sopesaba las consecuencias de sus
actos.
Las
consecuencias desagradables de actos irreflexivos le aconsejaron calcular antes
de hacer lo que podría ocurrirle y, a partir de entonces, el mamífero bípedo
evolucionó e inventó la política.
La política es
el arte humano para garantizarse comer, mandar y perpetuarse, con el menor
riesgo posible.
Requiere por
eso la adaptación de la conducta propia a la que todavía de forma incipiente se
inclinan los demás, y a mimetizarse en
apariencia, gustos y modos con los gustos, modos y apariencias que en un futuro
inminente serán los de la mayoría.
Desde que el
poder lo consigue el que tiene mayor número de partidarios, el enfrentamiento
entre los que mandan y los que aspiran a mandar lo decide el número, no la
calidad de los partidarios.
Como en los
tiempos en que la fuerza de las armas era decisiva y mandaba el que tuviera más
soldados uniformados, también ahora los adversarios visten de manera diferente
y hasta tienen conceptos contrarios de la estética.
¿No hay un
evidente contraste en la apariencia, las modas y los modos de los dirigentes y
seguidores de Podemos y de los de Ciudadanos, las dos organizaciones políticas
que pretenden sustituir a socialistas y populares?
El Partido
Socialista Obrero Español (PSOE) lleva disfrazado 40 años de la famélica legión de los que no tienen, porque los del Partido Popular (PP) tienen
demasiado.
Parecen
abocados a que los carnivalicen
Podemos y Ciudadanos, los
primeros con un el coletudo de estudiado desaliño indumentario llamado Pablo
Iglesias al frente, y los segundos con el formalmente clásico Albert Rivera a
la cabeza.
Rivera es un
sobrio doctor en algo tan sólido como el Derecho e Iglesias un profesor de eso tan evanescente y abstracto como es la
política.
El que quiera
morir de viejo y tranquilamente en su cama que apueste por Rivera.
Al que
prefiera la emoción de vivir peligrosamente, de desafiar las reglas de la
gravedad, Iglesias le garantiza lo
imprevisto.
Los electores,
que para eso son soberanos, tienen derecho a a equivocarse.
Esa es la
grandeza de la democracia. Que los ciudadanos no necesitan que los engañen
porque cada uno es culpable de su propio error.
No hay comentarios:
Publicar un comentario