Eso del periodismo fue desde su
inicio una contradicción: ocupación de ociosos.
Hasta que llegó la informática y,
con una maquinita llamada teléfono móvil, cualquiera puede contarle a su primo
de Tres Marías, Estado de México, que está lloviendo en Peñaflor, un pueblo
sevillano de la remota Andalucía española.
Y, para que no dude de la
veracidad de lo que dice, le manda una fotografía en la que el de Tres Marías
puede comprobar que su primo está tan mojado como aceituna de martíni.
¿Por qué tiene que comprar nadie
un periódico para enterarse al día siguiente de lo que pasó el día anterior?
Siempre hay un anónimo o conocido comunicante en el lugar del hecho que,
gratis, le dice lo que está pasando y lo demuestra con una foto.
Por eso ese dinosaurio del cuaternario,
que es el periodista, intenta evitar extinguirse como sus antepasados del
Jurásico y, para ello, ha evolucionado a bloguero.
Ha sido una estratagema astuta,
pero arriesgada.
El periodista informaba, una
ocupación fatigosa en sí misma que lo obligaba a estar presente en el lugar de
los hechos, buscar testigos, contrastar la exactitud de lo que digan que vieron
con lo que digan que vieron otros, preguntar quien, como, donde, cuando y por
que hizo lo que hizo el que lo hizo y, además, contarlo antes de que lo contara
otro.
Para evitar tanto engorro, y con
la misma justificación que empleó Cicerón para hablarle a Attico de las mismas
cosas de las que le hablaban a Flaminino, los periodistas usaban profusamente a “los observadores” que
podían ser conspicuos, atentos, cualificados, objetivos o bien informados.
En realidad, los observadores a
los que el periodista recurría expresaban datos y opiniones del propio
periodista.
El bloguero, una evolución del
periodista, pretende sobrevivir al meteorito de la informática, como no lograron
sobrevivir los dinosaurios al meteorito de Yucatán.
En esa atmósfera contaminada por
la libertad de información y la igualdad en el acceso a los medios de transmisión, el
bloguero recurre a la opinión diferente y desigual, como somos diferentes y
desiguales todos los humanos.
Pero ni así tiene garantizada la
supervivencia el bloguero porque la conjunción de presiones, intereses, modas y
costumbres acaba igualando a los desiguales y, cada vez con más nitidez, todos
los blogueros delatan que, debajo de su aparente individualidad, late un
pensamiento único.
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