Si Cataluña se
escindiera de España, sería un revés para la mitad de la humanidad: la de los
indolentes que sistemáticamente dejamos para mañana lo deberíamos haber hecho
ayer.
Y habrán ganado
los diligentes, ese 50 por ciento de la humanidad que hasta después de hacer lo
que se les ha ocurrido no se preguntan para qué puede servir.
Y es que los
que viven en Cataluña, forme parte o no de España, también se dividen mitad por mitad entre diligentes e
indolentes.
Los primeros
mantienen el rescoldo de aquella identidad diferencial aragonesa y mediterránea
que matrimonió con la castellana y atlántica de Castilla, adulterada por sueños
imperiales austríacos y americanos.
La Cataluña
independentista, aldeana y menestral es la que se refugia en su sueño medieval
y mediterráneo, renunciando al universalismo austrocastellano del que España ya
es sólo una provincia.
Los que aspiran
a dejar de ser españoles para volver a ser solo catalanes demuestran un
activismo emprendedor impropio del conformismo aldeano, mientras que los
catalanes que prefieren seguir siendo españoles se resignan a esperar fatalmente que el destino los
favorezca.
Como en toda
disyuntiva, lo que en éstos tiempos se
ventila es si Cataluña seguirá formando parte de España o España dejará de
incluir a Cataluña como a una de sus partes.
Y lo que hasta
ahora han demostrado los implicados directamente en la disyuntiva es que los
partidarios de separarse de España no descansan para conseguirlo, mientras que
los que prefieren seguir unidos a España se esfuerzan menos por evitar la
secesión.
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