A los que no
peinamos canas porque la calvicie nos ha dejado hasta sin canas que peinar no
nos la dan con queso.
En sentido
literal porque el queso es uno de los manjares prohibidos en nuestra estricta
dieta y, en el figurado, porque sabemos que el tiempo no cambia nada.
Es el paso del
tiempo el que hace que cambie nuestra percepción del paisaje y del paisanaje
del que formamos parte.
¿Y cual ha
sido el cambio más llamativo en los años de los que tenemos memoria?
Seguramente,
por lo que se oye, que hemos pasado en España de la Dictadura a la Democracia.
Si
consiguiéramos aislar la rimbombancia de esos dos conceptos antagónicos, llegaríamos a una desoladora conclusión:
Ni el
franquismo fue una feroz dictadura ni la democracia es el plácido sistema que proclaman
quienes lo manejan.
Y es que en sus 3.000 años de historia documentada los
españoles han vivido obligados a obedecer al que mandara, sin otro desahogo que
quejarse de la tiranía por lo bajinis o en voz alta.
Ese,
precisamente, es el factor diferencial (qué bien suena) entre democracia y
dictadura: que en la primera puede uno decir lo que no le gusta y, en la
segunda, la prudencia aconseja que no se lo diga ni al confesor.
Pero, en voz
alta o baja, en democracia o dictadura, el que mande en España hace y hará lo
que le dé la gana.
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