Eso de que
todos los hombres somos iguales es un simple pensamiento ilusorio, que si lo
expresamos en inglés (wishful thinking) suena más convincente.
Además de que
sería aburridísimo que todos fuéramos iguales, es mentira afortunadamente. La verdad
es que no hay dos personas (humanas, naturalmente) que, por muy gemelas que
sean en apariencia física, pueda parecerse más o menos a otra, pero la mala
leche mental de cada una es distinta y, a veces, hasta opuesta.
Y,
evidentemente y por la similitud física o de pensamiento, la gente puede
catalogarse en grupos cuya coincidenca sea más evidente que su discrepancia:
altos y bajos, tontos y listos, pensadores y emprendedores, charlatanes o discretos,
honrados y políticos.
Son tan diferentes
los seres humanos como los que no piensan: los humanos y los otros ocupantes
del espacio llamado tierra, sin embargo, pueden englobarse en dos grupos diferentes:
depredador y depredado.
El hombre es un
depredador sin límites: caza animales, vegetales, atmósfera, paisajes y, preferentemente,
a sus congéneres humanos a los que, a veces, hasta se los come para saciar su
hambre.
El político es
el depredador moderno por antonomasia, aunque ya existiera cuando solo
había dos personas en la tierra: Adán y su primera mujer, Lilith.
Argumentó Lilith que Adán solo quería hacer cochinadas en
la posición misionera para dejarlo solo, fané y descangallado, y escaparse para
hacerlo con los ángeles malos que satisfacían su ansia de variedad con las variedades
más sugestivas.
El hijo Caín
de Eva, la segunda mujer de Adán, fue el primer varón radicalmente depredador:
dicen que se cargó a su hermano Abel porque Dios prefería los sacrificios de
borregos quemados que le hacía, a los de lechugas,tomates y zanahorias que le ofrecía
Cain.
Fuentes de toda
solvencia sospechan que la verdadera razón fue otra: en aquella sociedad limitada,
en la que el incesto no estaba mal visto sino que era obligatorio,les hacían más
gracia a Eva el apuesto y agraciado Abel, y hasta el sieso Adán, que el siempre
enfurruñado Caín.
Pues a los depredadores
de ahora, a los políticos, les pasa lo mismo: Como Abel, prometen a los electores
que les darán lo que todos saben que no les pueden dar, y así logran que los voten.
Y, si hay
algún político tan tonto que les diga la verdad y no les garantice la falsa
promesa que esperan oir para despreocuparse, se lo cargan de un urnazo, la quijada de burro de los tiempos democráticos.
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