Empecemos este
cuento como los cuentos clásicos comienzan en todo el mundo:
“Había una vez”
(once up on a time, il y avait une fois) “un ceñudo individuo convencido de que
su desgracia desaparecería si hiciera desaparecer a su vecino. Se lo cargó y siguió
igual de desgracado, pero en la cárcel”.
Ese es el problema
de los famosos rojos: a uno de los menos rojos, Alfredo Perez Rubalcaba, lo oí
hoy en la radio compartir con sus conmilitones del variopinto rojerío la doctrina
de la lucha de clases que, además del rechazo visceral contra los que no sean
rojos, los identifica:
Rajoy y su
partido popular son los culpables del descarrío de Cataluña.
¿Por qué? Porque
en vez de haber promovido ante el Tribunal Constitucional el recurso contra el
Estatuto de Autonomía que, instigado por el rojo Zapatero elaboró el Parlamento
catalán, Rajoy debería haber reformado la constitución para adaptarla a lo que
el Estatuto tuviera de anticonstitucional.
Ojalá se imponga
el criterio de los rojos rubalcabanos.
Cada vez que las
pocas veces que salgo de casa veo a un vecino escuchumizado que me cae gordo,
me da el avenate de pasaportarlo a mejor vida, que es lo que yo diría que me indujo
a matarlo.
Y,como
Rubalcaba sostiene que debería haber hecho el gobierno de Rajoy en el caso del Estatuto
anticonstitucional catalán, la constitución y las leyes que de ella emanen, legalizarían
el asesinato de mi vecino.
Al fin y al cabo,
los judíos defendemos que no se hizo el hombre para el sábado, sino el sábado para
el hombre.
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