ás,
“¿Te acordás
Milonguita vos eras
la pebeta más
linda “e Chiclana
la pollera
cortona y las trenzas
y en las
trenzas un beso de sol?”
Esa Argentina
poéticamente canalla, de tangos que cantan a la minifaldera prostituta del bulín
de Chiclana, sigue siendo un país en eterno debate entre la intelectualidad
titulada y el desgarro del bandoneón.
Tierra de Papas
y sicoanalistas y, simultáneamente, de Jefas del Estado con apariencia de mujer
fatal, que se quita de en medio para no ver cómo pierde la corona de reina del
cabaré.
Y es que
Argentina es la síntesis de la alternancia entre lo que es y lo que podría ser,
del orgullo de tener y de la insatisfacción de no ser dueña de lo que es suyo, de
la incomodidad del europeo en un entorno indoafricano.
Sorprende más
conocer a un carpintero argentino que a un boliviano astrónomo y, sin embargo,
seguramente habrá bolivianos astrónomos y carpinteros argentinos.
Todos los
humanos quisiéramos ser, si pudiéramos serlo, argentinos: ser lo que nos gustaría
ser para dejar de ser lo que somos.
Por desgracia,
en éste mundo ruin, pragmático y materialista, la propia identidad la
establecen los demás, y no nosotros mismos.
Somos como los
otros nos ven, no como nosotros nos vemos.
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