Esta fiesta de
fin de año es uno más de los absurdos protodemocráticos que, al engañar al hombre
haciéndole creer que todos somos iguales, nos sacan la pasta gansa.
Es radicalmente
falso que el año acabe al mismo tiempo para todos los que viven en el mismo
lugar.
Un suponer:
Un conocido mío,
que al mismo tiempo es mi mejor amigo y mi peor enemigo, nació un 28 de Mayo.
Su ultimo día del
año es cada año, pues, el 27 de Mayo.
Lo de que ésta
noche sea la de un imposible fin de año colectivo tiene su aquél y tiene su por
qué.
Su aquél es inducir
a cada ciudadano a una enajenación colectiva para que prescindan de lo que
ahorraron durante el año que acaba porque (ojo al slogan) año nuevo, vida nueva.
Y, ¿cómo
empezamos los españoles cada año la vida nueva? ¿Arrojando por la ventana lo
viejo e inservible como los italianos?
Lo hacemos a lo
grande: invirtiendo el dinero de valor permanente en bienes perecederos: la vida
birlonga, beber, comer, fornicar, bailar el boogi -boogi y cultivar la resaca
que justifique no dar ni golpe durante la siguiente semana.
Hay una forma
alternativa, barata y conveniente, si es inevitable colectivizar una fecha
individualmente diferente para cada uno: evocar el pasado común
Por ejemplo el episodio
en el que, cuando el rey babilonio
Baltasar comía en su palacio adulado por sus cortesanos, el dedo de una mano
invisible escribió en las paredes: “Mene, mene, tekel ufarsin”
Traducido al
lenguaje de hoy quería decir más o menos: “Se te ha hecho una auditoria y se ha
comprobado que eres más ladrón que Luis Candelas”.
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