Uno, en su
sosegada jubilación, ha acentuado su preferencia por los espectáculos
violentos (presencié el debut de Foreman contra Peralta en la misma gala que
culminó con “el combate del siglo”
Frazier-Alí, marzo 1971).
He visto
nobles boxeadores como Mantequilla Nápoles y marrulleros como Bonavena.
Pero a nadie
como Pedro Sanchez. Saltó al ring con una idea fija: meter el pulgar en el ojo
de su contrincante Rajoy para que reaccionara con un golpe bajo y lo
descalificara el árbitro.
No el árbitro
del combate Rajoy-Sanchez, que durante toda la agresión se mantuvo tan
tranquilo como el Braulio.
Estoy
impaciente por ver la España que module Sánchez cuando sea presidente del
gobierno porque será una España pendenciera, de truhanes ventajistas y
maleducados, que se meen en los cadáveres de sus víctimas.
Una España, en
fin, violenta y sanguinaria en la que, por fin, mande el sicario traicionero y
pierda el sheriff que ni siquiera intente desenfundar cuando tenga ya la
espalda agujereada.
El mítico,
falso y y truculento oeste de las películas que tanto me gustan. Y si tenemos
suerte y la tecnología cinematográfica avanza, hasta se manchará la camisa de
los espectadores con las heces del bueno
destripado.
Que el futuro
se haga presente sin tener que esperar al 20 de diciembre.
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