Hubo en tiempos
desgraciadamente desaparecidos un telón de acero que marcaba la frontera entre
los buenos y los malos del mundo: Al Este malvivían los malos y, al Oeste, los buenos.
En general no
había equívocos aunque en el este vivieran clandestinamente partidarios del oeste y en el oeste conspiraran
abiertamente los partidarios del este.
Por desgracia un
aciago día cayó el telón, marcando el final de aquella función que habían
interpretado buenos y malos, y empezó un breve sainete en el que todos eran
buenos y malos simultáneamente.
Afortunadamente
duró poco aquel tiempo en el que todos eran o parecían buenos y malos al mismo
tiempo.
¿Qué pasa ahora?
Que vuelve a haber malos inconfundibles a un lado del nuevo telón y buenos
indudables al otro y que los buenos para unos son malos para los de enfrente.
El telón de acero
antiguo separaba a los partidarios de la libertad de los adeptos a la igualdad,
a los capitalistas de los comunistas.
El telón nuevo es
una frontera ambigua y permeable en uno de cuyos lados mandan los moros y en el
de enfrente los cristianos o no moros.
Como en el añorado
telón desaparecido cuando cayó el muro de Berlín, los malos (antiguamente
rojos y ahora moros) llevan ventaja: operan libremente en territorio contrario
mientras que los cristianos (antiguamente capitalistas) tienen que esconderse
en territorio moro.
Hay que
restablecer la antigua línea definitoria de las dos maneras distintas de
entender la vida.
El añorado
borrachín Churchill bautizó esa línea como Telón de Acero porque el metal de
las armas disuadía a los enemigos de uno y otro lado de transgredir la
línea de separación.
Pero los moros no
parecen asustarse de las armas que manejan mejor y con más prodigalidad que los
cristianos.
¿De qué hacemos
pues el nuevo telón para que los moros teman atravesarlo?
Naturalmente, de
cerdos. A ver qué moro se atreve a atravesar un telón de cerdos.
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