El rojo Pedro Sánchez (lo llamo rojo no por
desmerecerlo sino para elevarlo a la altura de mi Susana Diaz, la socialista
que más manda ahora), es evidente que no cree en la igualdad que su partido
predica.
Estoy
impaciente por rectificar esa apreciación mía: bastaría que me explicara por
qué se propone privar al Partido Popular, tan escrupulosamente legal por lo menos
como el suyo, de su obligación de intentar gobernar si es el que gana las
próximas elecciones, aunque sin mayoría absoluta en el Congreso.
Dice hoy el
periódico El Mundo—tan de fiar como El País, Público, o el Plural—que Sanchez
se propone inducir a Podemos y Ciudadanos a que se unan a sus socialistas para
que el Partido Popular no gobierne si, aunque sea el que más votos consiga,
necesita el apoyo o la abstención de PSOE, Ciudadanos o Podemos para formar
gobierno.
Y es que ésta
peculiar democracia española es una filfa: en las de vcerdad, la gente elegiría a sus gobernantes y en ésta, los
votantes se limitan a apoyar a los desconocidos que los mandamases de los
partidos ponen en sus listas.
Este
tejemaneje del que tantos comen cigalas gracias a que los demás comemos
espinacas, ha sustituido la dictadura unipersonal por otra en la que los jefes
de los partidos ejercen dictauras turnantes.
Eso sí: las
ranas podemos croar libre y escandalosamente en la charca cada vez más cenagosa,
que es el hábitat reservado a los sapos.
Pero, siempre
hay peros, ya la letra de aquella sevillana lo advertía: “¿Para qué quiero
llorar si no tengo quien me oiga?”
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