“Es
divertido”. Esas dos únicas palabras compendian la compleja fórmula que permite
identificar al chisgarabís y desenmascarar al frívolo.
Lo he
descubierto al leer una antigua entrevista a Alberto Sotillos, hijo de mi
durante años amigo Eduardo, el socialista al que un día en La Haya me pidió
Felipe González que le dijera que aclarara si quería seguir como su portavoz, o
irse.
No cumplí el
encargo, pero a Eduardo le debió dejar de parecer divertido seguir de Portavoz
del Presidente del gobierno, porque se fué.
(En los
añorados tiempos en que coincidimos en Lisboa, durante la sobremesa de una cena
en mi casa, se me ocurrió mencionar la matanza de millares de oficiales polacos
por tiros en la nuca en el bosque de Katyn, método favorito de la KGB
ruso-comunista).
“Eso no te lo
puedo permitir” se atrevió a prohibirme en mi casa y a mi mesa Sotillos,
seguramente porque no le pareció divertido el comentario.
Por eso, estoy
más cerca de los socialistas que, como Corcuera, trabajaron porque había que
hacerlo, que de los que lo hacen porque es divertido.
Lo mismo que
no hay dos personas iguales, no hay dos socialistas o izquierdistas iguales.
Respeto,
comprendo y animo a los comunistas o socialistas que lo sean porque pretenden
que otros no suden al trabajar lo que ellos sudaron cuando trabajaban o
trabajan.
A los
sociocomunistas que lo son porque es divertido, los desprecio.
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