Eso de la
democracia es la mar de bonito, y suena la mar de bien.
Pero una cosa
es una cosa y otra cosa es otra cosa.
No es lo mismo
predicar que dar trigo ni que, como todos somos iguales, lo mismo puede
gobernar el que sobrevive gracias a los demás que el que sobrevive por sí
mismo.
Pues eso es lo
que se ventila el 20 de Diciembre.
¿Gobernarán
los que proponen que los subsidiados sigan dependiendo permanentemente de los
que paguen sus subsidios, o los que creen (aunque no se atrevan a decirlo) que
la igualdad de derechos no es posible sin la igualdad de esfuerzo?
Para conciliar
esos conceptos opuestos ha servido la alternancia entre los partidarios de una y
otra forma de gobernar, que personifican el Partido Popular y el Partido
Socialista.
Cuando
gobierna el primero se pagan las consecuencias de los derroches del segundo y,
gracias a ese reparto de funciones, España sigue tirando más mal que bien
porque, como hay más españoles que prefieren cobrar más que lo que paguen, el
día que los paganos se den cuenta de que son los primos que pagan el banquete
nupcial de sus parientes, se acabó la alternancia.
¿Y los nuevos
partidos, Ciudadanos y Podemos, que van a regenerar el sistema?
Sucedáneos de
los partidos tradicionales: cebada tostada que en cuanto la pruebes, te
percatas de que parece café, pero de peor sabor que el café.
¿Qué hacemos
entonces el día 20 de Diciembre?
Naturalmente
ducharnos, afeitarnos o maquillarnos, ponernos muda limpia, la ropa de domingo
y echar la papeleta en la urna que quieras ya que, si te fijas bien, todas son
iguales, tienen el mismo color y son del mismo tamaño.
Aparte de eso
votar es gratis y al hacerlo, el votante experimenta un subidón en su
autoestima porque siente que, el que lo va a fastidiar mandando, mandará porque
él se lo ha permitido.
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