domingo, 10 de enero de 2016

EL FIN DE ESPAÑA

El pico de la montaña no flota sobre la niebla, aunque eso parezca.
Invisibles, laderas cada vez más empinadas que arrancan en las profundiades del valle se fueron verticalizando hasta encumbrarse sobre el gollete neblado.
El pico del monte de la independencia catalana, que constante y discretamente lleva siglos empinándose, es hoy Carles Puigdemont, al que han designado para que culmine lo que unos empezaron y otros no fueron capaces de impedir.
Nace Cataluña y muere España, que la llevó en su seno durante un embarazo de cinco siglos, plagado de síntomas abortivos.
Cataluña empezó su nacimiento definitivo al mismo tiempo que España se empecinó en su suicidio penitencial:
En 1975, al enviudar de un general al que todos odiaban en cuanto dejaron de temerle, se amancebó con La Transición, una fantasía asexual que prometía la felicidad si se hacía lo contrario de lo que habían hecho bajo el general.
Se sustituyó la España UNA del general por 17 regiones y dos ciudades autónomas, cada una de ellas dotadas del germen de la singulardad protoindependentista.
Se multiplicó por 17 el gasto, la burocracia y las ambiciones políticas del Estado y una ley electoral suicida invitó a partidos independentistas a prestar apoyo político a partidos nacionales en apuros, a cambio de cesiones soberanistas.
El mimetismo contagió a todas las regiones españolas para reclamar la autonomía concedida a vascos y catalanes durante la calamitosa república, y el fraccionamiento de objetivos e intereses minó la cohesión del pais.

Se acabó España, pero ha terminado democráticamente. Su final democrático absuelve su larga existencia dictatorial. Que sirva de ejemplo a otros pueblos.

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