La histeria es
una dolencia vírica que se hace epidémica en sociedades entrenadas para aceptar
como verdad las mentiras que quien manda les dice.
¿Y quien manda
en la España actual tanto como para que sus mentiras interesadas se acepten
como verdades altruistas?
La televisión,
la prensa, las emisoras de radio y las redes informáticas, cuyos dueños
contratan a portavoces que se hacen influyentes
porque su influencia es directamente proporcional a la popularidad derivada de
su portavocía.
La histeria que
desencadenan es tan reversible como esos ropones que protegen tanto del frío
como de la lluvia: basta con darle la vuelta para que lo que protegía de la
lluvia proteja del frío.
Ahí tienen lo
de Cataluña: hasta anteayer y desde años antes de que Franco muriera, las
ansias independentistas de Cataluña coincidían con lo que a toda España le
convenía.
Ahora, y desde
que los deseos independentistas se acercan imparablemente a una realidad
cierta, la independencia de Cataluña no beneficia a España, sino que la perjudica.
Puede que lo
peor de esa supuestamente inminente secesión sea todavía más dañino que lo peor pronosticado, y puede que
con pasaportes diferentes, catalanes y españoles sigan padeciendo los mismos
contratiempos que con pasaporte común.
Un indicio: un
chino rico disfruta de los mismos privilegios que un andaluz rico y a un futuro
catalán pobre le durará tanto el mes como a un español pobre.
Y es que, se
llame espada o sword, ambos sirven para matar y se llame bread o pan, los dos
sirven para meterle chorizo en medio y convertirlo en bocadillo de chorizo.
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