Dicen que el
hombre es el menos bicho de los animales porque sospecha que no es verdad todo
lo que verdad parece.
Por eso, solo
se convence de que lo que le han dicho es cierto cuando su experiencia personal
se lo demuestra.
Así que el
hombre anda siempre en una duda permanente.
Hasta que su
experiencia personal le ha demostrado que la teoría darwiniana de la evolución
es un camelo, no ha llegado a la conclusión de que lo contrario de lo que
predicaba Darwin es la verdad: el ser humano es producto de la involución.
El hombre,
como especie, nace tan desdentado como un ornitorrinco y, al final de su vida
transitoriamente provista de dientes, vuelve a su condición natural de
desdentado.
Para no tener
que madrugar viajando a Australia a estudiar el ornitorrinco, estudiemos al ser
humano que abunda hasta en Europa: nace sin dientes y sin ellos muere. ¿Es tan
hombre al nacer como al morir, o solo lo es durante ese intermedio en el que,
gracias a los dientes exhibe esa sonrisa tan fotogénica?
Si la dolorosa
experiencia que es la vida sirve para comprender la verdad, el hombre es un
mamífero desdentado al principio y al final de su existencia, con un período
intermedio en el que pasajeramente está dotado de dientes.
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