Dice la gente,
y la gente no se equivoca porque voz del pueblo es voz del cielo, que la
democracia nos ha devuelto a los españoles la libertad que nos había quitado la
Oprobiosa.
Y debe ser
cierto porque la gente puede alardear en público de lo que hizo en privado y
sin ropa.
También ahora
se puede decir en voz alta que el gobierno es un desastre, lo que antes no
convenía decirle ni al confesor, y hasta era peligroso pensarlo.
Pero, ¿todos
somos más libres con la democracia que bajo el yugo de la dictadura?
No.
Por ejemplo los
niños, que durante la dictadura eran libres, ahora son esclavos. Y es que a los
niños de ahora se les entrena para que sean adultos sumisos.
Tienen todos
que ir a la escuela pero no para lo que se inventó esa gaita de la escolarización
universal, que se ideó como remedio contra la explotación laboral infantil.
Ahora los niños
son condenados a la escuela para que sus padres puedan trabajar por cuenta del estado
o de los explotadores capitalistas y, a través del trabajo fuera de casa,
puedan realizarse.
¿Qué
competencia desleal pueden hacer los angelitos de ahora a los adultos, un 25 o
30 por ciento de los cuales están en paro?
En tiempos de
la oprobiosa, los niños teníamos tiempo de sobras para no aburrirnos. Bastaba
con que los niños clavaran un trevesaño corto en un palo más largo, y ya
teníamos una espada con la que descalabrar a los incautos.
¿Y aquéllas
recatadas niñas que ya se se entrenaban para la suprema condición de madres,
acunando un gurruño hecho con una naranja por cabeza y la deshilachada bufanda
por pañales?
Éramos
criaturas libres porque nuestra imaginación era espontánea y veíamos en el más miserable charco un
océano ilimitado.
Ahora, la
imaginación es innecesaria. A los cachivaches que se pagan con el dinero que
sobra, solo les falta cargarse al compañero de juego para que dejen de ser un
juguete y las reproducciones de bebés que acunan las niñas hasta se mean.
Eso sí: no es
necesaria la imaginación porque la disciplina ha sustituido a la libertad.
Como descanso
tras la metódica obediencia a los maestros y para que sigan sin molestar a sus
padres hasta que salgan de sus trabajos, los niños son pastoreados por
monitores inflexibles que les mandan cómo jugar al futbol, dibujar, tocar
eficazmente la guitarra o acatar las reglas del karate.
Niños sumisos,
precursores de adultos obedientes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario