En el segundo
capítulo de sus Evangelios, San Lucas narra (versículos de 22 al 40) cómo lo
padres de Jesús, pasado el tiempo marcado por la ley para la purificación
postparto, llevaron al Templo al niño para presentarlo formalmente, como la ley
ordenaba.
Es lo que ha
hecho Carolina Bescansa, la diputada de Podemos que, una vez oficializados los resultados de las
elecciones, acreditada su condición de diputada y jurado el cargo, se presentó
con su hijo en el Templo de la Democracia, el Congreso de los Diputados.
¿Por qué se
extrañaron los que no captaron el significado del gesto?
Porque
pertenecen a esa casta encopetada y enriquecida a costa del sudor y la dignidad
de los obreros, de la que Carolina se apartó para redimirlos como parte de esa
casta altruista y generosa que es la Política.
Carecen de
fundamento, o por lo menos no se ha podido confirmar por ahora, que aparte de
para presentarlo a los representantes de la casta política, la presencia del
niño de la Bescansa tuviera otro objetivo, éste estratégico:
Que desde su
más tierna infancia se conciencie de que el Congreso de los Diputados será su
hábitat natural cuando sea adulto, y de que la casta en la que debe integrarse no es
la farmacéutica, sino la política.
Todas las
castas son iguales pero la política y la farmacéutica más que las demás: la segunda cura el riñón, la primera lo forra.
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