Dicen que Giulio
Andreotti, cuya capacidad de maniobra le permitió sobrevivir casi eternamente
en el proceloso mar de la política italiana, visitó España en los días de la transición, de la que opinó que “le faltaba sutileza”, (manca finezza).
Si en vez de la
de entonces hubiera tenido que opinar sobre la política española actual, hasta el
etéreo Andreotti habría carecido de recursos dialécticos para definirla sin
ofender.
¿Qué habría
dicho del poco musculado mental que es Pedro Sánchez, que acomete la canasta
política adversaria con el ímpetu de un pivot basketbolero?
¿Y del alcalde
del pueblo granaíno de Jun, José Antonio Rodriguez Sala, que secunda a su jefe Sánchez
hasta si dice que caminamos sobre el cielo y volamos por el suelo?
Uno tiene que
alegrarse de que la política española haya retrocedido a la no política de su
juventud, a los tiempos dorados de su infancia, en los que las decisiones de
Franco no se discutían porque para eso era el Caudillo, y en los que la
miserable España del racionamiento alcanzaría el Cielo recuperando su Imperio.
Y es que los españoles
de ésta España eterna nunca nos hemos equivocado porque siempre hemos obedecido.
Se equivocan los
que nos mandan.
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