“El presidente
catalán ha afirmado que ni el Rey ni otros presidentes autonómicos le ha
llamado para felicitarle por su nuevo cargo, como tampoco lo ha hecho el
presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy. “Dice muy poco a favor de
su liderazgo político” ha añadido en alusión al presidente del PP”. (El Mundo, 15-1-2016).
“Ya se agotó nuestra paciencia, incordiante
Catilina”, que diría aquél polemista romano al que llamaban Cicerón, no se sabe
si porque un antepasado suyo tenía la nariz en forma de garbanzo o porque su
familia se dedicaba al comercio de esa legumbre indispensable para el cocido.
Así que vamos a repartir estopa:
Primero al
redactor de la información de El Mundo por confundir, como casi todos los
españoles no andaluces ni gallegos,los transitivos con los intransitivos y
colocar complementos indirectos donde correspondían directos.
Y, a
continuación, al caballero de apellido que traducido al castellano emula ese
pìnáculo redondeado que sobresale en el llano o culmina una montaña, el
honorable Puigdemont.
Lo haré con una
anécdota que, ya en mi vejez, tengo grabada en la memoria de mi niñez cada día
más lejana:
Asistía junto a
mi madre a una conversación en la que una vecina relataba a sus contertulias
sus cuitas por la animadversión de una ausente:
“…y me dijo que
era una guarra, que no barría el portal de mi casa, que los remiendos de la
camisa de mi marido estaban mal cosidos, que mi niño siempre llevaba los mocos
caidos, y que me jedían los sobacos”—pausa—“ahora que yo me volví y le dije: oy
oy”.
Ya impertinente
a tan tierna edad, me dirigí a ella
teatralmente escandalizado: “¿eso le dijo usted?”
Y es que la
descortesía del Rey, de los presidentes autonómicos y de Rajoy al no felicitar
a Puigdemont como represalia por lo que el neohonorable amenaza hacer desde su
cargo, me parece excesiva.
Deberían haber
formado coro, torcer el gesto, aclarar sus voces y entonar un sonoro “¡oy oy!”.
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