Se da el caso,
como hemos comprobado en numerosas películas, en que a un meteorito autónomo le
da por estrellarse contra la tierra y los efectos de ese capricho desencadenan
las consecuencias por todos conocidas:
Lo mismo pueden
los humanos hasta entonces de carne y hueso pasar a ser de chapa y cables, que a utilizar la
nariz para comer y la boca para oler.
Pero no es lo
habitual. Por lo general, los hombres de mañana serán lo que son los niños de hoy,
aunque con menos pelo y más panza.
¿Y que serán los hombres
de mañana si siguen entrenándolos como los entrenan ahora que todavía son niños?
Evidentemente, cocineros.
Como la experiencia
ha demostrado, la televisión, esa cadena de montaje de los autómatas del futuro
que serán los hombres, no refleja la realidad de la sociedad del momento, sino
que proyecta la humanidad del porvenir.
Cándidos niños e
ingenuas niñas compiten permanentemente en la televisión por conseguir el aplauso de sus domadores, que los incitan a preparar platos que, una vez degustados, los
hará caer en el pecado de la gula.
Deberían suprimir esos
programas destinados a convertir a la humanidad en la piara de Epicuro y sustituirlos
por otros que ensalcen la poética dulzura del espíritu humano.
Por ejemplo:
Un grupo de niños
con uniforme de marineritos cantan con sus atipladas voces.
“Qué lindas
trenzas tienes, carabí,
¿Quién te las
peinará,
carabí ruri carabí
rura”?
Y el coro de angelicales
niñas con blusas color carmesi y vaporosas faldas de encaje color hueso responde:
“Las peinará mi madre,
carabí
con peine de
cistal, carabí ruri carabí rurá”…
Preludio de una
humanidad afortunada.
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