domingo, 3 de enero de 2016

UNA HUMANIDAD AFORTUNADA


Se da el caso, como hemos comprobado en numerosas películas, en que a un meteorito autónomo le da por estrellarse contra la tierra y los efectos de ese capricho desencadenan las consecuencias por todos conocidas:
Lo mismo pueden los humanos hasta entonces de carne y hueso pasar  a ser de chapa y cables, que a utilizar la nariz para comer y la boca para oler.
Pero no es lo habitual. Por lo general, los hombres de mañana serán lo que son los niños de hoy, aunque con menos pelo y más panza.
¿Y que serán los hombres de mañana si siguen entrenándolos como los entrenan ahora que todavía son niños?
Evidentemente, cocineros.
Como la experiencia ha demostrado, la televisión, esa cadena de montaje de los autómatas del futuro que serán los hombres, no refleja la realidad de la sociedad del momento, sino que proyecta la humanidad del porvenir.
Cándidos niños e ingenuas niñas compiten permanentemente en la televisión por conseguir  el aplauso de sus domadores, que los incitan  a preparar platos que, una vez degustados, los hará caer en el pecado de la gula.
Deberían suprimir esos programas destinados a convertir a la humanidad en la piara de Epicuro y sustituirlos por otros que ensalcen la poética dulzura del espíritu humano.
Por ejemplo:
Un grupo de niños con uniforme de marineritos cantan con sus atipladas voces.
“Qué lindas trenzas tienes, carabí,
¿Quién te las peinará,
carabí ruri carabí rura”?
Y el coro de angelicales niñas con blusas color carmesi y vaporosas faldas de encaje color hueso responde:
“Las peinará mi madre, carabí
con peine de cistal, carabí ruri carabí rurá”…

Preludio de una humanidad afortunada.


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