El rencor, ese
sentimiento tan útil para enmendar el pasado, es indispensable para que los descontentos construyan un
presente que generará aversión en el futuro.
Esa es la
historia de ésta España, de su presente y del futuro al que están
irremediablemente condenados los españoles que, como Penélope, deshacen por la noche el sudario que durante
el día han estado tejiendo.
Franco estuvo
deshaciendo durante 40 años lo que se había tejido antes, como los moros
hicieron con la obra de los romanos, los cristianos con la de los moros, los
austrias uniendo los fragmentados reinos cristianos y los borbones forzando la
consolidación de la unidad aparente de los austrias.
En el siglo XIX
la actividad de la Penélope española se vio acometida por el frenesí: se destejía
inmediatamente lo que se había tejido hasta un cuarto de hora antes.
Nada de lo
hecho durante el minuto anterior valía
el minuto siguiente.
¿Y ahora, qué?
Lo que Franco
había hecho, y deshecho en parte la Transición, ese contubernio tan elogiado
que consistió en repartir lo que el dictador había unido, entre los dictadores
partidarios que lo sucedieron a su muerte, se quedó corto.
Hay que volver
a fragmentar y repartir entre los que no tuvieron ocasión de medrar en el
prorrateo postfranquista lo que ahora reclaman tener y no tuvieron.
Por eso España
es y será eterna. Un enjuague ininterrumpido para que los buitres se repartan
los menguantes despojos de la vaca muerta.
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