El diccionario define achichincle como
“persona que acompaña a otra de forma incondicional, adulándolo y obedeciéndolo
en todo”.
Hasta ahora,
quizás por falta de necesidad en España, país de insolidarios e
individualistas, solo había oido la expresión achichincle en mis siempre
añorados (por joven y porque sí) tiempos mexicanos.
Y es que no sólo
por el “trámite administrativo abreviado”, conocido por mordida, se está
mexicanizando España.
Ahí tienen a
Pedro Sanchez, que dice que no va a verse con Rajoy sin su achichincle, Albert Rivera que, tan estupendamente rie los
chistes de los socialistas andaluces, que le es indispensable para que se los
ría en la Moncloa.
Se contaba en mi remota infancia andaluza de un señorito de escopeta, puta y perro que,
hasta a cagar, se hacía acompañar por su achichincle, en el diccionario socio-laboral
andaluz “agradador”.
Se trataba de
convencer a una tácticamente reacia hembra para que accediera a calmar los
ardores viriles del señorito:
--Soy fulanito,
el de las tierrecillas de la sierra”
--¿”Tierrecillas?”,
se escandalizaba el agradador. “Un cortijo más grande que una provincia”.
--¿”El de los
becerros”—preguntaba ella—“que se les escapan a los caballistas”?
--“El amo de la
ganadería más grande de España”, corregía el agradador.
El señorito, en
un intento de moderar los ditirambos de su achichincle, carraspeó una
tosecilla.
“¿ Tiene
gripe”?, se interesó la pretendida.
--Solo un
resfriaillo”, la tranquilizó el prtendiente.
--”¿Un
resfriaillo”—lo corrigió el agradador—“Una tuberculosis de caballo”.
Así, cuando
Sanchez le pida a Rajoy que le preste los votos que son suyos y de su partido
para sacar a España en el atolladero en que los de Rajoy la han metido, Rivera saltará:
“¿Atolladero? La
ruina más espantosa que ninguna cuadrilla de ladrones haya causado nunca en ningun sitio”.
Y Rajoy, que es
un intransigente al que no le gusta que le mojen la oreja los que van a pedirle
ayuda para que les de lo que le dieron los que confiaron en él, se negará a
satisfacer a Sanchez y a su achichincle Rivera.
“Si ya te dije”,
murmurará Sanchez a su agradador al final de la entrevista, “que con éste tío
se pierde el tiempo pidiéndole que nos ayude a salvar de él a España”.
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Esa es la vesión
aceptada por los observadores políticos rutinarios sobre por qué Sanchez y
Rivera, como Tip y Coll, Pili y Mili, Roberto Alcázar y Pedrin, nunca se
separan el uno del otro.
Pero la verdad
de verdad, dicen los que mejor los conocen, es porque temen que, si dejan al
otro a solas, el uno podría traicionarlo y pactar a sus espaldas.
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