jueves, 3 de marzo de 2016

MARIANO EL MALO

Tengo un amigo que, en un relámpago precoz de clarividencia, descubrió que su vida sería un un estrepitoso fracaso por culpa del nombre que, en mala hora, le pusieron al bautizarlo: Benedicto, que quiere decir “aquel del que se habla bien”.
Consecuente con su descubrimiento, a su primer hijo le puso Atila (por el huno cuyo caballo impedía que naciera hierba donde hubiera pisado), a su segundo Adolfo, por el energúmeno nazi que, cuando no le quedaba a nadie por matar, se mató a sí mismo.
Y a una niña que también tuvo, la bautizó como Mesalina, la mujer del emperador Claudio que derrotó a la más promiscua prostituta profesional de Roma en una competición para decidir cual de las dos servía de una tacada al mayor número de clientes.
Ayer, ya viejo y felizmente incapaz de hacer cochinadas, añoró sus tiempos de fertilidad para poder engendrar un nuevo vástago y bautizarlo con el nombre de Mariano.
Porque todos los oradores en la sesión de investidura de Pedro Sánchez, que siguió embelesado por televisión, coincidían en que Mariano Rajoy era más malo que un rajón, peor que una indigestión después de tres meses y un día de ayuno, más pernicioso que el pedrisco.

“Si yo pudiera tener otro hijo”, se lamentó el viejo Benedicto, “le pondría Mariano para que fuera más famoso por malo que yo desconocido por bueno”.

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